Los
procesos de diseño y ejecución de infraestructura suelen ser largos y
complejos. Idealmente, el primer paso de este proceso implica estimar qué
demanda tendrá cuando esté disponible. La infraestructura, de hecho, se diseña
hoy, para ser construida mañana, estimando la demanda que tendrá más adelante.
En
ocasiones, su demanda se estima razonablemente; en otras, no tanto. En 1994,
durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle, en la frontera entre Durazno y
Tacuarembó sobre el Río Negro, se inauguró el puente más largo del país. Había
sido previsto como puente ferroviario, pero la construcción de la vía se
suspendió unos kilómetros antes, y el puente nunca cumplió el fin para el que
había sido construido. El puente fue entonces transformado en carretero, con un
sólo detalle: no habían sido previstas carreteras en ninguno de sus márgenes.
Hoy, esa mole de hormigón de más de 2 kilómetros de extensión está subutilizada,
y conecta dos caminos vecinales en pobre estado, a los que incluso es difícil
acceder.
Contar
con la dotación ideal de infraestructura es tremendamente complejo, y los
problemas que causa una dotación inadecuada son diferentes dependiendo de si su
demanda se sobreestima o se subestima. En el primer caso, tenemos el problema
del puente del párrafo anterior, y se malgastan recursos que podrían haber
tenido otros usos. En el segundo caso, una dotación insuficiente de
infraestructura opera como restricción, topeando el desarrollo de una o varias
actividades y, por ende, del devenir económico y social de una región o país.
Véase
por ejemplo el caso de la energía eléctrica, que no sólo es importante para los
hogares, sino que es un insumo básico para la actividad de las empresas y el
Estado. Entre 1992 y 2005 casi no se invirtió en potencia instalada, por lo que
la disponibilidad de energía eléctrica estaba relativamente limitada. Ante esta
situación, en los años que siguieron el Estado debió instalar nueva
infraestructura energética para evitar que su escasez limite el repunte de la
actividad. Hoy, luego de 15 años de inversión pública y privada (fuertemente impulsada
por el Estado), la potencia instalada ya no es un problema, y la matriz
energética ha cambiado radicalmente, ya que gran parte de las inversiones se
hicieron en energías renovables.
De
esta manera, puede decirse que un patrón de desarrollo sostenible se apoya
fuertemente en una infraestructura adecuada y suficiente en cantidad y calidad,
que potencie el desarrollo de las fuerzas productivas y al mismo tiempo
incremente el bienestar social. A su vez, la infraestructura debe verse como un
medio y no un fin en sí misma, y será adecuada y suficiente no sólo cuando se
adapte a su demanda real y potencial, sino cuando al mismo tiempo sustente la
estrategia de desarrollo definida por la política económica.
Hacia
2005, cuando el Frente Amplio asumió el gobierno nacional, buena parte de la
infraestructura requería mejoras significativas. Por un lado, de gobiernos
anteriores se habían heredado viejos problemas no resueltos, especialmente en
materia de vivienda, agua y saneamiento, salud, seguridad, infraestructura
educativa y deportiva, de cuidados y de asistencia social, a los cuales,
conforme la actividad fue recuperándose, se le sumaron nuevos desafíos en áreas
como energía, comunicaciones, infraestructura vial, portuaria y ferroviaria. En
este contexto, la estrategia de desarrollo del nuevo gobierno, focalizada en imponer
un patrón de crecimiento económico sostenible con igualdad de oportunidades,
requería necesariamente de infraestructura adecuada.
Por
tal razón, y sin entrar en detalles, puede decirse que durante estos 15 años
los gobiernos frenteamplistas se autoimpusieron el desafío de poner al país a
tiro en materia de infraestructura, tanto en aquellos rubros en los que existía
un notorio rezago, como en aquellos que reflejaban los nuevos “dolores de
crecimiento” inducidos por la mayor actividad económica. De hecho, si bien es
cierto que recién en 2015 se presentó un programa quinquenal de inversiones que
sistematizaba las intenciones del gobierno en el rubro, es importante notar que
los esfuerzos de mejora, renovación, rehabilitación y mantenimiento de
infraestructura fueron una constante de los tres períodos. Con distintos
énfasis e iniciativas, en distintas áreas y por distintos montos, pero siempre evitando
que la infraestructura sea la variable de ajuste de las cuentas públicas, como
ocurría anteriormente.
Hoy,
luego de 15 años de crecimiento económico con distribución del ingreso, el país
ha cambiado radicalmente y las necesidades y restricciones son bien diferentes
a las de 2004. La infraestructura no fue ajena a este proceso, y el próximo
gobierno tendrá que encarar nuevos desafíos en la materia. Podrían
identificarse al menos cuatro aspectos a seguir trabajando, que de hecho pueden
encontrarse en las Bases Programáticas 2020-2025 del Frente Amplio.
En
primer lugar, es necesario mantener el proceso de mejora de infraestructura en
aquellas áreas en las que aún persisten rezagos, idealmente a través de un nuevo
plan quinquenal de infraestructura ampliamente acordado, difundido y
monitoreado, con nuevas prioridades, énfasis en materia de descentralización e
integración nacional y regional, que sea ambientalmente sostenible y profundice
el acceso de la población a servicios de calidad.
En
segundo lugar, debe profundizarse la adopción de estrategias planificadas de
gestión y mantenimiento de la infraestructura ya construida. El mantenimiento
es por lo general menos popular que la construcción de obras nuevas, pero es
igualmente importante y debe administrarse adecuadamente.
En
tercer lugar, deben adoptarse medidas para mejorar la productividad en la
ejecución de las obras, algo que, de hecho, es un problema que atraviesa el
sector de la construcción a nivel mundial. En tal sentido, el Estado debe
impulsar en los próximos años una agenda que estimule la aplicación de tecnología
al diseño, ejecución y mantenimiento de infraestructura. Transforma Uruguay,
junto a la Corporación Nacional para el Desarrollo y la Cámara de la
Construcción del Uruguay están comenzando a trabajar en este sentido, pero aún
queda mucho por hacer.
Por último, deben enriquecerse y potenciarse las herramientas de financiamiento de proyectos de infraestructura, estimulando la canalización de recursos privados para darle mayor profundidad al mercado de capitales y hacer que los hogares se beneficien de su aporte a la construcción de las obras. Paralelamente, deben también utilizarse todas las alternativas de contratación de obras: concesiones, contratos de participación público-privada, contratos de rehabilitación y mantenimiento, obra pública tradicional; siempre entendiendo que la infraestructura es un medio para contribuir, finalmente, a consolidar y mantener un patrón de crecimiento sostenible que iguale oportunidades e incremente el bienestar de la población.
Por último, deben enriquecerse y potenciarse las herramientas de financiamiento de proyectos de infraestructura, estimulando la canalización de recursos privados para darle mayor profundidad al mercado de capitales y hacer que los hogares se beneficien de su aporte a la construcción de las obras. Paralelamente, deben también utilizarse todas las alternativas de contratación de obras: concesiones, contratos de participación público-privada, contratos de rehabilitación y mantenimiento, obra pública tradicional; siempre entendiendo que la infraestructura es un medio para contribuir, finalmente, a consolidar y mantener un patrón de crecimiento sostenible que iguale oportunidades e incremente el bienestar de la población.
Germán Benítez